Conducta y TDAH. Acercándonos a entender el comportamiento de los niños con trastorno por déficit de atención
El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) tiene una base neurológica que a menudo nos resulta difícil de entender, al quedarnos de nuevo con lo que vemos, la conducta, e interpretarlo desde nuestra perspectiva. Lo que necesitamos es hacer un esfuerzo para primero, cambiar nosotros, no lo que hace el niño: el cambio de perspectiva necesario ante la conducta, trabajando desde el apoyo conductual positivo. En este esquema se representa el tipo de cambio del que hablo
Desde esta perspectiva, que se refiere a nosotros y nuestra respuesta ante las conductas, no a las conductas de los niños, sino a como los adultos, padres, educadores, etc. percibimos esas conductas y como, esa percepción diferente, consciente y basada en una mejora de la comprensión de lo que ocurre, afecta a nuestras reacciones ante ellas. Pero también a cómo nos sentimos, no solo al reaccionar de un modo más positivo y que permite el desarrollo del niño, sino también al sentirnos más conectados, más cerca del niño al mejorar la comprensión de qué le está pasando y por qué y, con ello, nuestra relación con el niño.
Y por supuesto esa comprensión parte del conocimiento de cómo funciona ese niño y por qué funciona así. En los niños con TDAH, la clave está en un funcionamiento cerebral diferente, en una estructura y un procesamiento neurológico que nos resulta difícil de comprender al diferir del nuestro, de a lo que estamos acostumbrados, pero que no es tan complicado sino que es, sencillamente, diferente.
Pongamos al niño ante una situación: acaba de llegar a una piscina pública. Hay marcas donde cubre y donde no. Hace calor y lo primero que hace el niño, sin escuchar a sus padres, es saltar al agua. La emoción de ver el agua en un día así hace que salte al agua sin pensar, ya que el calor, la emoción del agua, de la situación, hace que el hipocampo, nuestra parte del cerebro más primitiva, nos haga reaccionar sin pensar. El salto al agua ha sido genial, refrescante, divertido, excitante… Hasta aquí, no hay demasiado problema, pero entonces los padres explican que, a partir de la raya, cubre, y ahí es peligroso tirarse y no debe tirarse si pasa esa zona. En otro niño, el cerebro almacenaría esta información: de la raya para allá, peligro. En la mayoría de casos, la cognición haría presencia, procesaría la información, la recordaría en la memoria, y al pasar por esa zona de la piscina la próxima vez, el lóbulo frontal recordaría esa información, respondiendo de un modo más seguro entonces, inhibiendo el impulso de lanzarse antes de llegar a la línea.
Sin embargo, en el cerebro del niño con TDAH, el lóbulo frontal no es capaz de recuperar esa información adecuadamente, no es capaz de provocar la respuesta de inhibición del salto, con lo cual el niño salta, sin pensar en dónde está la raya, respondiendo simplemente a la diversión, a la emoción.
Esta respuesta del niño por lo tanto, no responde a un desafío de las instrucciones dadas por los padres, sino a un cerebro que necesita de mayor apoyo a la hora de aprender.
¿Quiere decir esto que los niños con TDAH no pueden aprender? Absolutamente no. Lo que quiere decir es que necesitan de otro tipo de apoyos para afianzar ese aprendizaje, y comenzar por la comprensión de qué está pasando en esos momentos, nos ayudará a actuar de un modo más adecuado.
A todo esto, no olvidemos el poder de las emociones, tanto de los niños como de las nuestras, y de las respuestas de los niños ante nuestras emociones: si la respuesta que provocamos en los niños es de miedo ante un enfado nuestro, será más difícil que el niño nos escuche, escuche nuestras palabras, en lugar de escuchar/reaccionar al miedo causado, con lo que simplemente tendremos una respuesta de miedo sin aprendizaje a largo plazo, y que además, merma la capacidad de escuchar las palabras, al estar más centrado en escuchar nuestro enfado.
Sin olvidar el universo de emociones predominantemente negativas, baja autoestima, ansiedad, etc. que pueden estar afectando al niño con TDAH.
Así que, intentemos cambiar nuestra lente, nuestro modo de mirar y juzgar al niño y vayamos hacia una mejor comprensión de todos y cada uno de los niños.
(De todo esto, y de cómo ayudar a niños con TDAH así como estrategias para este tipo de situaciones, hablaré en blogs posteriores.)
“Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil” Albert Einstein
Hablemos de conducta…
Una de las principales causas por las que las familias me piden ayuda son las dificultades que experiencian con algunas de las conductas que sus hijos tienen. A partir de aquí, comienza la parte difícil, el hacer entender las conductas…
Conductas problemáticas, conductas difíciles, conductas disruptivas, conductas desadaptativas, conductas que nos suponen un reto… el caso es que siempre estamos comportándonos, o realizando conductas, y sin embargo cuando hablamos de conductas siempre partimos de esa connotación tan negativa. Trabajar con las conductas que se presentan y evidenciamos no es una cuestión de acción-reacción. Debe ir más allá, hacia la comprensión, hacia la prevención y la enseñanza de estrategias alternativas, y mínimamente hacia la reacción.
Las conductas son una respuesta, un modo de comunicación con nuestro entorno, ya sean más o menos adaptativas. Y ahí es donde podemos, y debemos ayudar a los niños. A encontrar métodos más efectivos de comunicación, teniendo en cuenta lo que necesitan, lo que intentan trasmitir, sus experiencias, su cultura, su familia y todos los elementos importantes en su desarrollo
Por ello el primer paso es encontrar el por qué. Normalmente las familias me exponen conductas aisladas, fuera de contexto, buscando una solución rápida: “mi hijo muerde, ¿qué hago?”, “mi hija usa palabrotas en clase, ¿cómo le hago parar?”… Pero claro, no hay fórmulas mágicas, al menos si queremos que la intervención que hacemos fomente un desarrollo personal y emocional sano, desde el respeto tanto de cada niño como de cada familia.
Partiendo pues de esa pregunta, ¿Por qué se comporta de ese modo?, podremos comenzar el camino hacia las siguientes: ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿qué parece que haga que se comporte así? (diferenciando así entre ¿qué ha hecho que el niño empuje? Le han quitado el juguete/ ¿Qué parece ser lo que le ha hecho empujar? Le han quitado el juguete… pero igual está cansado, ha estado malito, le han regañado y sigue sintiéndose mal por ello…), y muchas más que nos deberemos preguntar.
Sólo entonces podremos ofrecer un apoyo real, desde las bases que llevan a esos comportamientos que nos resultan más difíciles, y planteando alternativas de conducta más saludables y adaptativas, no simplemente a una eliminación de conductas, porque si nos centramos en eliminar, estamos coartando su comunicación, sus estrategias de expresión.
Y por supuesto vuelvo a lo de siempre: cada niño es un mundo, en su propio entorno, con sus necesidades y características diferentes y particulares, por lo que no podemos esperar que lo que vale para un niño valga para otro. No se trata de hacer cambiar a los niños, sino de darles las estrategias necesarias para enfrentarse a cualquier situación, pero a cada uno las suyas. Las mismas estrategias no valen para todos los niños si aceptamos que cada niño es diferente.
Todo esto nos lleva a nuestro rol como adultos en estas situaciones. El primer trabajo es nuestro, el de comprender a los niños, acercarnos a ellos sin cargas, sin opiniones preconcebidas y marcadas por nuestras experiencias de vida, sin nuestra visión de adultos, sino conectando con ellos, con sus propias experiencias, intentando comprender sus emociones, sus razones,… y aceptando que en ocasiones no podremos comprenderlo todo. Así es como ayudaremos, conectando emocionalmente, dirigiendo nuestro lenguaje a la comprensión, a las alternativas y las opciones, respetando sus sentimientos y ayudándoles a redirigirlos cuando sea necesario, pero sin culpa, sin hacerles sentir mal. Si les hacemos sentir mal, el aprendizaje disminuye, el desarrollo es menor.
Por todo esto, es importante que, antes de intentar “cambiar” una conducta, nos planteemos cómo podemos ayudar, qué debemos vigilar en nuestras interacciones, cómo podemos guiar hacia conductas más adaptativas, más saludables y que aporten al desarrollo del niño, desde el respeto y la comprensión.
“Aprendió tanto de sus errores que cuando tropezaba, en lugar de caer, volaba” Alex Rovira
Explicando el terrorismo a los niños.
Un nuevo ataque terrorista. Más muertes y heridos, y miles de comentarios, imágenes, noticias…
Estamos en un momento en que los ataques de este tipo ya ni siquiera nos sorprenden, se producen demasiado frecuentemente, y todo llega a oídos de los niños, de un modo u otro.
A menudo he oído a padres que abogan por ocultar este tipo de informaciones a los niños. Yo no estoy de acuerdo. No podemos envolver a los niños en una burbuja, no podemos ocultarles lo que hay ahí fuera, porque además, no debemos. Vivimos en el mundo en que vivimos y nuestro trabajo es dar las herramientas suficientes a los niños para poder enfrentar lo que venga. Y las herramientas que ayudan a lidiar y gestionar emociones, son imprescindibles. Además, si intentamos ocultar información a la que ellos mismo van a estar expuestos de un modo u otro, podemos estar fomentando el que se convierta en un tema tabú, algo de lo que no se habla, y por lo tanto no se pregunta.
Eso sí, hablemos desde lo que los niños perciben, desde sus preguntas, desde su momento madurativo más que cronológico.
Cuando nosotros, como adultos, nos enfrentamos a noticias de este tipo, las procesamos de un modo en que la experiencia previa tiene mucho peso. El haber sido testigos de este tipo de situaciones, el haber hablado de ellas, discutido temas ligados a ellas, etc., hace que las podamos enfrentar con mejores herramientas. Pero los niños no tienen experiencias de este tipo, o no tantas ni vividas del mismo modo. Al menos no todos los niños. Algunos pueden no sentirse afectados por este tipo de hechos y no debemos presionar para hablar del tema si no es necesario.
La clave aquí, está en que los niños se sientan cómodos al hablar de ello con las personas de más confianza, con los adultos más allegados (padres, abuelos, profesores…), de un modo claro, que va a permitir calmar los miedos y preocupaciones que, de otro modo, van a seguir procesando pero, ellos solos, probablemente en silencio, y que seguramente no contribuyan más que para intensificar estos miedos.
Una de las partes más difíciles de hacer es, por nuestra parte, la imagen adecuada de calma. Cuando estamos apenados, alterados, desconcertados… podemos estar dando una imagen de miedo a los niños. Es por ello que debemos explicar nuestros propios sentimientos, dejando claro que el miedo no es el principal, ya que este tipo de eventos no ocurren tan a menudo. Sin embargo, no evitamos el miedo ya que es algo real, sino que lo situamos dentro de unos límites adecuados.
Como ya he mencionado, debemos también tener en cuenta, no la edad cronológica, sino la madurez de cada niño, y adaptar entonces la información que ofrecemos y cómo la ofrecemos. Una de las premisas principales es la de ofrecer seguridad, que con los niños más pequeños pasa por el contacto con nosotros y el sentir nuestra propia calma (por supuesto unida a todas las otras emociones que sintamos, y siempre expresándolas y explicándolas), y en los más mayores puede llevar a una discusión donde, además de ofrecer seguridad y calma, se resuelven todas sus dudas, o al menos las que podamos.
El que haya una mayor presencia policial, puede que a nosotros nos resulte intimidante e incluso preocupante, pero a los niños no les resulte más que curioso y que ni siquiera enlacen esta presencia con los atentados.
Y es que con el terrorismo, hay muchas preguntas que quedan por resolver, muchas cuestiones que no pueden tener respuesta simple. Aquí, y como educadores que todos somos de nuestros hijos, es donde debemos ser capaces de dar la información de un modo objetivo y respetuoso. Responder a las preguntas que ellos tengan, y a las que sepamos responder, que en ocasiones tendremos que decir “eso no lo sé”. Ayudar a que el pensamiento discurra de un modo crítico y que permita analizar hechos objetivamente, para que los niños tengan una visión más abierta y rica del mundo, y sepan enfrentarse a este tipo de hechos con mejores herramientas.
“Nuestro trabajo no es endurecer a nuestros niños para enfrentarse a un mundo cruel y sin corazón. Nuestro trabajo es criar niños que harán que el mundo sea un poco menos cruel y sin corazón” L. R. Knost
Educación emocional. 5 pautas clave a seguir con nuestros hijos.
Cada día nos enfrentamos a una gran cantidad y variedad de emociones, pero estamos condicionados, de un modo u otro, a procesar y expresar dichas emociones de modos diferentes. La cultura en la que vivimos, las micro-culturas familiares y de diferentes grupos de amigos y conocidos, los aprendizajes realizados, las expectativas que creamos de nosotros mismos… todo ello influencia el cómo sentimos y la expresión de dichos sentimientos.
La educación emocional es esencial en el desarrollo de nuestros hijos y es algo en lo que debemos trabajar para que puedan aprender a reconocer y gestionar sus sentimientos adecuadamente, todo tipo de sentimientos y emociones.
Oímos constantemente cómo han incrementado los problemas de salud mental en la sociedad y deberíamos preguntarnos en qué medida programas de educación emocional desde la infancia podrían ayudar a mitigar este incremento.
Las emociones, cómo las reconocemos, procesamos y gestionamos, tienen un impacto directo en nuestras vidas, estando relacionadas con habilidades como el control de impulsos, la autoconciencia, la motivación, la perseverancia, etc. Estudios neuropsicológicos destacan también la importancia del papel de las emociones en el aprendizaje.
Por todo ello, es importante que fomentemos la educación emocional de nuestros hijos pero, ¿cómo lo hacemos? Realmente no es tarea fácil. Para ello debemos ser conscientes primero de nuestras propias emociones y cómo las procesamos nosotros mismos, pero hay ciertas pautas que nos guiarán por el buen camino:
- Enseñar a nuestros hijos a reconocer emociones: no sólo las suyas sino también las nuestras, nombrarlas pero con cuidado de asignar etiquetas que no son.
- Hablar abiertamente con ellos de todo tipo de emociones tanto la tristeza como la alegría, la ira, la envidia, el amor…, y de cómo gestionarlas (ese coche que me ha adelantado de ese modo me ha hecho enfadarme y gritar. Voy a poner música… mejor. No ha estado bien lo que ha hecho pero no debí gritar.)
- Debemos ser capaces de empatizar con nuestros hijos. El modo en que los niños sienten no es como el nuestro. Y sus emociones, TODAS y cada una son válidas. Nuestro papel es ayudar a gestionarlas, no dirigirlas ni intentar cambiarlas.
- Es importante que los niños sientan que pueden expresar todo tipo de emociones, y no censurarlas. Intentaremos ayudar a regularlas, a volver eventualmente a la calma tanto desde la euforia como desde el llanto.
- No ocultar lo negativo. Tratar que los niños vivan en un mundo utópico, donde nada malo ocurre, lleva a que no aprendan a desarrollar estrategias de afrontamiento adecuadas.
“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”
Aristóteles, Ética a Nicómaco
Fomentando el RESPETO en nuestros hijos. Algunos trucos sencillos.
Nuestra sociedad cada vez es más diversa; no sólo hay más diferencias entre las personas, sino que además cada vez somos más conscientes de dichas diferencias al ser estas más manifiestas. Personas con diversas orientaciones sexuales cada vez son más visibles en nuestro entorno ya que por fin y poco a poco no deben esconderse como antes. Personas con diferentes creencias religiosas o culturales cambian de país, por elección o de modo forzado y enriquecen a otras culturas. Personas con diversidad funcional dejan de estar encerradas, escondidas en casa, y participan más de la sociedad.
Y estas diferencias hacen que la sociedad sea más rica, más nutrida de nuevas experiencias si permitimos a nuestra mente verlo así, y si lo hacemos, estaremos permitiendo que nuestros niños lo vean así también, creando una sociedad más tolerante, más diversa, más plena y más real.
Y sin embargo no es fácil. El miedo a lo desconocido nos sigue haciendo reaccionar negativamente en situaciones en las que no nos sentimos cómodos. Y esto impacta en nuestros hijos. ¿Cómo podemos fomentar el respeto en nuestros hijos? Por supuesto, con nuestro ejemplo y con una mente abierta. Aquí os dejo algunos trucos que os pueden ayudar:
- Se consciente de tus reacciones: Vemos a una persona trans, a una niña con hijab, a un niño teniendo una pataleta… y lo primero que hacemos es quedarnos mirando, poner cara crítica o reaccionar apartándonos. Es totalmente normal que reaccionemos así a lo que conocemos. Lo importante es darse cuenta de ello y trabajar para solucionarlo. Especialmente porque lo más seguro es que nuestros hijos nos estén observando, y aprendan de nuestro comportamiento.
- Reconoce tus errores: no me canso de dar este consejo a los padres. Si los niños no nos escuchan pedir perdón, reconocer que nos hemos equivocado, ¿cómo van a hacerlo ellos?. Ese pinchacito del ego que sentimos y que nos hace callar, debemos superarlo y ganarlo, y ser capaces de dar el mejor ejemplo a nuestros niños.
- Pregunta: no tenemos por qué saberlo todo, y debemos mantener la suficiente apertura para poder preguntar. Y si además lo hacemos delante de nuestros niños… vais cogiendo el hilo, ¿verdad?
- Trata a los demás como quisieras que te tratasen a ti: la empatía se puede desarrollar, y con los niños, cuanto antes empecemos, mejor. Discutir situaciones con ellos donde puedan verse reflejados, con ejemplos reales de situaciones en las que se encuentren normalmente ayuda a que los niños se acostumbren a realizar ese proceso de reflexión.
- Abre tu mente, tus perspectivas y tus experiencias: los cambios nos ayudan a crecer, a madurar. Lo nuevo enriquece. Escuchemos antes de juzgar, aceptemos la novedad y demos el ejemplo y el aprendizaje que queremos dar a nuestros hijos.
“Muestra respeto por aquellos que no lo merecen; no como reflejo de su carácter, sino como reflejo del tuyo” Dave Willis