Cada día nos enfrentamos a una gran cantidad y variedad de emociones, pero estamos condicionados, de un modo u otro, a procesar y expresar dichas emociones de modos diferentes. La cultura en la que vivimos, las micro-culturas familiares y de diferentes grupos de amigos y conocidos, los aprendizajes realizados, las expectativas que creamos de nosotros mismos… todo ello influencia el cómo sentimos y la expresión de dichos sentimientos.
La educación emocional es esencial en el desarrollo de nuestros hijos y es algo en lo que debemos trabajar para que puedan aprender a reconocer y gestionar sus sentimientos adecuadamente, todo tipo de sentimientos y emociones.
Oímos constantemente cómo han incrementado los problemas de salud mental en la sociedad y deberíamos preguntarnos en qué medida programas de educación emocional desde la infancia podrían ayudar a mitigar este incremento.
Las emociones, cómo las reconocemos, procesamos y gestionamos, tienen un impacto directo en nuestras vidas, estando relacionadas con habilidades como el control de impulsos, la autoconciencia, la motivación, la perseverancia, etc. Estudios neuropsicológicos destacan también la importancia del papel de las emociones en el aprendizaje.
Por todo ello, es importante que fomentemos la educación emocional de nuestros hijos pero, ¿cómo lo hacemos? Realmente no es tarea fácil. Para ello debemos ser conscientes primero de nuestras propias emociones y cómo las procesamos nosotros mismos, pero hay ciertas pautas que nos guiarán por el buen camino:
- Enseñar a nuestros hijos a reconocer emociones: no sólo las suyas sino también las nuestras, nombrarlas pero con cuidado de asignar etiquetas que no son.
- Hablar abiertamente con ellos de todo tipo de emociones tanto la tristeza como la alegría, la ira, la envidia, el amor…, y de cómo gestionarlas (ese coche que me ha adelantado de ese modo me ha hecho enfadarme y gritar. Voy a poner música… mejor. No ha estado bien lo que ha hecho pero no debí gritar.)
- Debemos ser capaces de empatizar con nuestros hijos. El modo en que los niños sienten no es como el nuestro. Y sus emociones, TODAS y cada una son válidas. Nuestro papel es ayudar a gestionarlas, no dirigirlas ni intentar cambiarlas.
- Es importante que los niños sientan que pueden expresar todo tipo de emociones, y no censurarlas. Intentaremos ayudar a regularlas, a volver eventualmente a la calma tanto desde la euforia como desde el llanto.
- No ocultar lo negativo. Tratar que los niños vivan en un mundo utópico, donde nada malo ocurre, lleva a que no aprendan a desarrollar estrategias de afrontamiento adecuadas.
“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”
Aristóteles, Ética a Nicómaco
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