Una de las principales causas por las que las familias me piden ayuda son las dificultades que experiencian con algunas de las conductas que sus hijos tienen. A partir de aquí, comienza la parte difícil, el hacer entender las conductas…

Conductas problemáticas, conductas difíciles, conductas disruptivas, conductas desadaptativas, conductas que nos suponen un reto… el caso es que siempre estamos comportándonos, o realizando conductas, y sin embargo cuando hablamos de conductas siempre partimos de esa connotación tan negativa. Trabajar con las conductas que se presentan y evidenciamos no es una cuestión de acción-reacción. Debe ir más allá, hacia la comprensión, hacia la prevención y la enseñanza de estrategias alternativas, y mínimamente hacia la reacción.

Las conductas son una respuesta, un modo de comunicación con nuestro entorno, ya sean más o menos adaptativas. Y ahí es donde podemos, y debemos ayudar a los niños. A encontrar métodos más efectivos de comunicación, teniendo en cuenta lo que necesitan, lo que intentan trasmitir, sus experiencias, su cultura, su familia y todos los elementos importantes en su desarrollo

Por ello el primer paso es encontrar el por qué. Normalmente las familias me exponen conductas aisladas, fuera de contexto, buscando una solución rápida: “mi hijo muerde, ¿qué hago?”, “mi hija usa palabrotas en clase, ¿cómo le hago parar?”… Pero claro, no hay fórmulas mágicas, al menos si queremos que la intervención que hacemos fomente un desarrollo personal y emocional sano, desde el respeto tanto de cada niño como de cada familia.

Partiendo pues de esa pregunta, ¿Por qué se comporta de ese modo?, podremos comenzar el camino hacia las siguientes: ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿qué parece que haga que se comporte así? (diferenciando así entre ¿qué ha hecho que el niño empuje? Le han quitado el juguete/ ¿Qué parece ser lo que le ha hecho empujar? Le han quitado el juguete… pero igual está cansado, ha estado malito, le han regañado y sigue sintiéndose mal por ello…), y muchas más que nos deberemos preguntar.

Sólo entonces podremos ofrecer un apoyo real, desde las bases que llevan a esos comportamientos que nos resultan más difíciles, y planteando alternativas de conducta más saludables y adaptativas, no simplemente a una eliminación de conductas, porque si nos centramos en eliminar, estamos coartando su comunicación, sus estrategias de expresión.

Y por supuesto vuelvo a lo de siempre: cada niño es un mundo, en su propio entorno, con sus necesidades y características diferentes y particulares, por lo que no podemos esperar que lo que vale para un niño valga para otro. No se trata de hacer cambiar a los niños, sino de darles las estrategias necesarias para enfrentarse a cualquier situación, pero a cada uno las suyas. Las mismas estrategias no valen para todos los niños si aceptamos que cada niño es diferente.

Todo esto nos lleva a nuestro rol como adultos en estas situaciones. El primer trabajo es nuestro, el de comprender a los niños, acercarnos a ellos sin cargas, sin opiniones preconcebidas y marcadas por nuestras experiencias de vida, sin nuestra visión de adultos, sino conectando con ellos, con sus propias experiencias, intentando comprender sus emociones, sus razones,… y aceptando que en ocasiones no podremos comprenderlo todo. Así es como ayudaremos, conectando emocionalmente, dirigiendo nuestro lenguaje a la comprensión, a las alternativas y las opciones, respetando sus sentimientos y ayudándoles a redirigirlos cuando sea necesario, pero sin culpa, sin hacerles sentir mal. Si les hacemos sentir mal, el aprendizaje disminuye, el desarrollo es menor.

Por todo esto, es importante que, antes de intentar “cambiar” una conducta, nos planteemos cómo podemos ayudar, qué debemos vigilar en nuestras interacciones, cómo podemos guiar hacia conductas más adaptativas, más saludables y que aporten al desarrollo del niño, desde el respeto y la comprensión.

 

“Aprendió tanto de sus errores que cuando tropezaba, en lugar de caer, volaba” Alex Rovira