Pues esta semana, una de las nenas con las que trabajo, con dislexia, me preguntó durante una actividad que cuál era el contrario de inteligente. Tras una corta discusión, llegamos a acordar el “término” no-inteligente porque tonta/o nos parecía excesivo. Por supuesto yo estaba muy interesada en qué había detrás de todo esto, y aprovechando que la actividad de comprensión lectora tenía de fondo la autoestima, seguí indagando por ahí, derivando a actividades que mantuviesen el tema vivo. En fin, que haciendo y haciendo me contó que su profesora le ha hecho creer que ella es no-inteligente por tener dislexia.
La semana pasada, un chaval con el que trabajo con diagnóstico de autismo, vino con un gran sentimiento de culpa por no haber entendido adecuadamente las instrucciones de su profesor y por no haber conseguido “controlar mi rigidez” y hacer las cosas como siempre las ha hecho, a pesar de que había señales que le indicaban que, esta vez, lo que se esperaba de él era diferente.
Todas las semanas, me encuentro con adolescentes que reciben comentarios de “lo que tienes que hacer es socializarte”, forzando relaciones que en ocasiones son muy dañinas o un malestar intenso por tener que intentar hacer algo que no se sabe ni por dónde se empieza, o por ese sentimiento de «hay algo malo en mi» que este tipo de comentarios genera.
Se habla mucho de la neurodiversidad en todas sus formas y colores. Normalmente con respecto a su mayor ocurrencia, si es por mayor conocimiento o simplemente porque hay más casos. Por supuesto yo tengo mis propias teorías, en base a mis experiencias y los estudios en el tema, pero eso no es lo que me lleva hoy a escribir esto. De lo que quiero hablar es de dos conceptos que se suelen confundir: Aceptación y Normalización.
Yo trabajo mucho con DIVERSIDAD, así, en mayúsculas, porque parto de que cada persona y personita es diferente a otra. Y eso incluye dentro de diferentes espectros: autismo, atención, género y sexualidad, dislexia… Con cada persona que trabajo me convenzo más de que no hay un método, una solución que valga para todo el mundo, aunque tengan un mismo diagnóstico (o varios), o características similares.
La normalización debería estar obsoleta. Ningún método funciona igual para todo el mundo. Por eso es importante trabajar desde las características individuales de cada persona. Pero nos da miedo lo desconocido, lo que no nos resulta fácil de entender.
Y aquí es donde yo siempre explico que trabajo desde la ACEPTACIÓN. Aceptando las características, las necesidades, los modos de ver la vida y de enfrentarse a los problemas de un modo ¿diferente?
No te puedo decir en una primera sesión cómo vamos a trabajar o como voy a hacer en las sesiones con peques, porque me tengo que adaptar y cada actividad debe ajustarse a la persona que tenga delante. Lo que sí te puedo decir es que yo no quiero que nadie cambie lo que no quiera cambiar.
Muchas veces este modo “diferente” de hacer las cosas es mucho más creativo y efectivo, pero claro, nos cuesta alejarnos de esa llamada “normalidad”, nos cuesta aceptar que lo diferente puede ser positivo, y que los estándares de normalidad, no solo discriminan, infravaloran y afectan al desarrollo de las personas neurodivergentes, sino que también lo hacen con las personas normotípicas.
Y debemos ser conscientes además del efecto que esto tiene en la salud mental de peques y adolescentes. Esa salud mental de la que se habla tanto pero que luego no se tiene en cuenta en el día a día.
Aceptar la diferencia, aceptar que las cosas no siempre tienen por qué hacerse del mismo modo que siempre se ha hecho, es fundamental para adaptarnos a las necesidades y al desarrollo de peques y adolescentes para que tengan un desarrollo adecuado y, cuando lleguen a la madurez, su salud mental sea óptima.
«The World needs all kind of minds» Temple Grandin.