Hace tiempo publiqué un blog sobre algunas pautas sencillas para incluir la educación emocional en la educación de los niños. Lo podéis consultar en Educación emocional. 5 pautas clave a seguir con nuestros hijos.

Hoy os quiero hablar de cómo ayudar a nuestros hijos en momentos emocionales intensos. En ese tipo de momentos en los que “se nos va de las manos” y “ya no puedo más”. Es en esos momentos en los que solemos perder el control de la situación y nos bloqueamos, en muchas ocasiones sin darnos cuenta de que los peques han perdido el control antes que nosotros y necesitan nuestra ayuda. Una ayuda que, a la larga, les va a enseñar a auto-regularse emocionalmente.

Y es que hay un aspecto muy importante en todo esto, toda ayuda debe ser planificada con un objetivo claro: desvanecer hasta retirar la ayuda. Nuestro objetivo no es resolver el “problema” con ellos, sino que ellos mismos consigan resolver esas situaciones adecuada e independientemente. Esta parte, como padres pero también como profesionales, puede ser la parte más difícil, pero una parte en la que debemos pensar y para la que debemos prepararnos.

En cuanto a la parte del control, es fundamental que no lo perdamos, que consigamos mantener una actitud calmada y segura. Para ello podemos utilizar diferentes técnicas: contar, respirar, ¡o buscarnos los pies!Bajando el volumen… (Técnica rápida de recuperación del control) Cuanto más en control estamos, más seguridad les damos a nuestros niños. Pero la prioridad aquí es darnos cuenta de dos cosas:

–          Estamos perdiendo el control y debemos recuperarlo.

–          Nuestros hijos necesitan nuestra ayuda y apoyo en un momento que les resulta muy difícil y confuso (mucho más incluso que a nosotros).

Y ahora llega el momento. Tenemos al niño subiéndose por el banco de la cocina de la emoción que tiene por ayudarnos a hacer la cena. O a la niña que se le ha roto el dibujo que estaba haciendo y llora desconsolada mientras tira sus colores. O al que se le ha caído el helado por ir saltando mientras lo comía a pesar de las veces que le hemos avisado de lo que podía pasar.

Y entonces, en público o en privado, se nos cae el mundo a los pies porque vemos que la situación nos va a sobrepasar.

La decisión aquí puede tomar dos rutas: actuamos tomando control de la situación, marcando directrices, y resolviendo la situación en el momento. O ayudamos desde la comprensión, la enseñanza y el respeto, sabiendo que posiblemente nos cueste más tiempo. La respuesta por supuesto es la segunda opción, no solo porque éticamente sea mejor, sino porque además permite que se produzca un cambio a largo plazo, un cambio que hace que los niños aprendan estrategias que les van a servir de por vida.

¿Cómo lo hacemos entonces? Una vez estamos en condiciones de hacerlo, de estar calmados y poder mantener esa calma, buscamos un lugar tranquilo. Y esto no significa necesariamente irnos de dónde estamos, sino simplemente crear con nuestro cuerpo y nuestras palabras (“tenemos que hablar un momento” dirigido a los demás, no al niño) un área segura, donde no se sientan observados (o la vergüenza impactará en la situación). Entonces, debemos VALIDAR las emociones que están sintiendo y CONECTAR con ellos desde nuestra perspectiva: “Parece que estás muy contento de poderme ayudar, a mí también me hace mucha ilusión”, “Veo que se ha roto tu dibujo, seguramente te sientas triste y enfadada por ello, a mí tampoco me gustaría si me hubiese pasado”, “qué rabia que se te haya caído el helado, yo me sentiría muy triste si me hubiese pasado”.

Eso sí, evitar el “no pasa nada”. Porque sí pasa. Lo que ha ocurrido, es importante y no debemos despreciarlo. Ni buscar soluciones rápidas que, generalmente ni siquiera son válidas: “te compro otro helado” simplemente estaría buscando una solución fácil sin entrar en la parte emocional y sin que su propia conducta sea tenida en cuenta. “Puedes hacer otro dibujo” quita toda la importancia a su esfuerzo y a algo que, para ella, es irrepetible.

Y aquí hay que esperar, darles una oportunidad de comenzar a bajar los niveles de intensidad emocional. Y un abrazo, cogerles de la mano o ponerles la nuestra cerca, ayuda, si lo aceptan. Siempre es mejor pedirles permiso u ofrecerlo.

Yo recomiendo mucho, especialmente con nenes más pequeños, trabajar nuestra respiración delante de ellos. Si encima hemos conseguido el abrazo, más fácil aún. Sencillamente, respiramos más fuerte, profundamente y despacio, de modo evidente. Se suele producir un contagio, que ayuda a que ellos mismos se relajen. En niños más mayores (o cuando ya hemos trabajado de este modo en más ocasiones) podemos incluso recordárselo ya sea verbal o gestualmente, exagerando nuestra respiración a la vez que hacemos una invitación a seguirnos.

A este punto puede que tengamos que volver varias veces. Cada vez que surja algo que de nuevo altere la estabilidad emocional, que de por sí es frágil en estos momentos, será demasiado fácil volver a incrementar la intensidad emocional.

Llegados a este punto, ESCUCHAMOS sin evaluar, sin juicios. Debemos escuchar de verdad, ACEPTANDO que su punto de vista es válido para ellos y no debemos imponer el nuestro.

Y entonces buscamos soluciones, con ellos, teniendo en cuenta sus decisiones “no quiero hacer otro dibujo ahora, ni con tu ayuda”, pero sin que todo valga tampoco. No es cuestión de reemplazar el helado, pero sí podemos compartir (que no ceder totalmente) el nuestro. Podemos dar alternativas e ideas, pero de nuevo sin juzgar lo ocurrido, sin volver al “pero es que lo que tú has hecho…”, sino al momento en el que estamos ahora.

Y en casos como el del helado, algunos os preguntaréis, ¿y por qué no?. Si han conseguido calmarse, hablar de ello… Pues porque no debemos olvidar que estamos trabajando dos cosas aquí. Por un lado, que aprendan a gestionar sus emociones y por otro, que aprendan las consecuencias de sus propias acciones. Y sí, el no llegar a un desenlace perfecto, puede provocar el que pierdan el control de nuevo, pero esta vez, sabemos lo que estamos ayudándoles a trabajar y podemos seguir haciéndolo. Con paciencia, practica, y sabiendo que estamos ayudando de verdad a nuestros niños.

Porque todo esto necesita práctica, tanto para los niños como para nosotros. Cuanto más practiquemos, más fácil y natural nos saldrá.

Y siempre recordar, el desvanecimiento del apoyo debe estar presente. Tal y como veamos que los niños son capaces de realizar uno de los pasos por sí mismos, dejamos que lo hagan.

A la hora de generalizar e interiorizar el aprendizaje, os puede ayudar mucho hablar del suceso en un momento de calma, por ejemplo cuando veamos a alguien comportarse de modo similar, o cuando nosotros hayamos perdido el control “¿recuerdas cuando el otro día te pusiste tan contento que no podíamos ni empezar a cocinar?, pues eso me ha pasado a mí en el trabajo hoy y he acabado tirando unos papeles que no debía. Al final he tenido que volver a empezar todo de nuevo. ¿Qué crees que podría haber hecho y que te ayudó a ti ese día?”.

“Cuando digo controlar las emociones, quiero decir las emociones realmente estresantes e incapacitantes. Sentir emociones es lo que hace a nuestra vida rica.” Daniel Goleman